El 2 de abril se abre –¿o se reabre?– un nuevo capítulo en la
historia. La recuperación de las Malvinas ha tocado hondo en la fibra
patriótica del pueblo.
Nos despertamos con el orgullo de sentirnos una nacionalidad que
campea por su respeto. Y eso ha venido –desconcertadamente– tras un
período en el que no brillaba precisamente el patriotismo y nuestra
Argentina se repartía a pedazos entre los poderosos. Cuando esperábamos
de un momento a otro la anunciada privatización del subsuelo, los
militares nos salen con esta página de responsabilidad.
De heroica locura la calificamos en nuestra nota del pasado abril. No
queremos saber qué propósitos la dictaron. Si fue por un irresistible
impulso patriótico, o medió la consideración de que EEUU nos acompañaría
en la patriada. Si fue esto último –lo que no creemos– debemos convenir
que nuestros jefes no están al tanto de la historia contemporánea, como
desconocen la historia pasada.
Los EEUU no solamente son los más firmes aliados del Reino Unido,
sino que nunca, nunca, aceptaron, pese a la doctrina Monroe, la
argentinidad de los archipiélagos.
El 28 de diciembre de 1831 –un año antes de la agresión británica que
nos quitó las Malvinas– entró al puerto Soledad un navío disfrazado de
mercante francés; pero en realidad era un crucero de guerra
norteamericano que venía a darle una lección al gobernador argentino
Luis Vernet. Se llamaba El Lexington y lo capitaneaba el comandante
Silas Duncan.
Apenas desembarcó sus marines, sin que los cañones de la fortaleza
pudieran impedirlo, los norteamericanos se apoderaron de esta defensa;
validos de la sorpresa, clavaron los cañones, apresaron a los
defensores, robaron los cueros de vacuno y lobos marinos que había en
las barracas, y acabaron por embarcar en su navío a las familias
pobladoras. Entendía el comandante Duncan que los argentinos no tenían
derecho a impedirles la cacería que efectuaban los norteamericanos en
las islas, que eran tierra de nadie, a juicio del capitán. El gobierno
argentino protestó y exigió indemnización. Protesta tanto más fundada
por cuanto al año del atropello, y aprovechando el desguarnecimiento en
que quedaron las islas, el capitán inglés Onslow, al mando de su corbeta
de guerra Clío, y cumpliendo instrucciones de su gobierno, se apoderó
de las islas.
Sabemos de la historia de la protesta argentina ante los británicos.
Veamos lo que ocurrió con los norteamericanos. Rosas –gobernador en
1835– dio instrucciones al ministro argentino en Washington, que era el
general Alvear, para que reclamara por la conducta del capitán Duncan y
obtuviera la indemnización correspondiente. Pero el Secretario de
Estado, Daniel Webster, respondió que suspendía el pedido argentino
-hasta tanto se arreglara la controversia pendiente entre el gobierno
argentino y la Gran Bretaña acerca de la jurisdicción de las islas. Lo
que motivó que las relaciones argentino-norteamericanas quedaran
interrumpidas.
Estados Unidos quería eludir la pertenencia argentina de las islas
para ahorrarse indemnizar la conducta del capitán Duncan. No fue la
única oportunidad. En julio de 1885 el ministro argentino en Washington,
Luis Domínguez, propuso someter a árbitros el monto de la
indemnización. El presidente norteamericano prefirió contestar de una
manera indirecta; lo hizo en su mensaje anual al Congreso, calificando
de piratical colony el establecimiento argentino. A este propósito,
respondió Vicente G. Quesada con un enjundioso alegato jurídico e
histórico (excelente como todos los suyos), demostrando la argentinidad
de las islas, y que el desmantelamiento hecho por el marino
norteamericano en diciembre de 1831 fue la causa eficiente para que el
Reino Unido se apoderase de las islas en enero de 1833. Este alegato de
Quesada, que lleva fecha 9 de diciembre de 1885, fue desechado por el
Secretario de Estado norteamericano Thomas F. Bayard el 18 de marzo de
1886, porque -la República Argentina encuentra sus derechos
controvertidos por la Gran Bretaña, y hasta que no se resuelva este
pleito no puede reclamar indemnización por presuntos desmanes cometidos
en lo que no es su territorio.
Suponemos que nuestra Cancillería ignora estos documentos –no
obstante encontrarse en su archivo de Relaciones Exteriores–, dado que
aceptó la tercería del Secretario de Estado Haig para dirimir el pleito.
No haremos el cargo de ignorar la historia del siglo XIX a quienes
evidentemente no parecen que supieran las relaciones actuales entre los
EEUU y Gran Bretaña.
Debemos hacer muchas cosas después del 2 de abril: entre ellas,
estudiar nuestra auténtica historia, que se ignora plácidamente a tenor
de los discursos oficiales.
Pero tenemos la certeza de que las cosas cambiarán. La recuperación
de las Malvinas no se va a detener en la devolución de los
archipiélagos, debe devolverse la Argentina, la Argentina íntegra, con
sus ideales, sus industrias, su pueblo y su historia. No es tiempo de
procesos ni reorganizaciones, sino de encontrar la Patria. La Patria
auténtica. Un pueblo decidido a triunfar puede vencer a un enemigo
militarmente más poderoso. Lo vencerá a la corta o a la larga. Es una
lucha de liberación, y la historia contemporánea enseña que suelen durar
años.
Triunfaremos, sin duda triunfaremos, porque en la lucha de los
pueblos contra los imperialismos triunfan los pueblos. Pero lo más
importante es recuperar el sentido heroico de la vida argentina. Por
eso, aun en el caso de que las cosas no nos fueran militarmente
favorables, si se mantiene firme el espíritu patriótico, la derrota es
honrosa cuando se cae con gallardía, sin abdicar ninguno de los ideales.
Perder las Malvinas por las armas sólo significaría que posponemos su
recuperación. Hay mucha sangre vertida para abandonar el propósito de
lograrla.
Importa, sí, ¡y mucho!, que perdamos las Malvinas en la mesa de
negociaciones. La perderíamos entonces para siempre. Y perderíamos algo
más: la fibra patriótica que evidentemente tiene nuestro pueblo.
Cundiría el desaliento, y nos sería difícil recobrarlo. Cuidado con las
negociaciones diplomáticas, señores del Proceso. No les tenemos fe para
hacer diplomacia, como no les tenemos fe para hacer política. Los
militares han nacido para héroes. No empañen el título glorioso ganado
el 2 de abril, con la pifiada que van a presentarles, llena de palabras
equívocas y aviesos propósitos.
Que flamee en los archipiélagos la bandera argentina. Pero sola, sin compañía. Que no hay soberanía compartida.
Todo el pueblo argentino, toda América Latina, tiene la esperanza de
que el 2 de abril se haya abierto un nuevo capítulo de la historia de
América. No los defraudemos.
(publicado en Mayo de 1982 en la Revista Línea - publicación Nº 22)
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