La democracia liberal - esa que todavía se enseña en los cursos de Educación Democrática - vive de las formas y para las formas. Ha creado los mecanismos institucionales y dentro de ellos a los partidos políticos. La (autodenominada) "Revolución Libertadora" (Fusiladora) intentó restaurar esa democracia formal. Pero prescindió del consentimiento que es la sustancia de la democracia, sin comprender que una "dictadura" es mucho más democrática si cuenta con el consentimiento, que una democracia que construye su aparato cuidando solo las formas y prescindiendo de aquel.
Diez años después de 1955 eso se empieza a comprender y las Fuerzas Armadas resuelven prescindir del aparato formal de la ficción democrática y los partidos políticos. Así es como asumen el poder con el tácito consentimiento del pais.
El aparato político y la toda la ficción jurídica se repliega en los comités, en los bufetes de abogados, en los conciliabulos de los grandes intereses, en el secreto de las redacciones periodísticas, en las reuniones de las acadamias. No es la intimidación del poder la que motiva el repliegue, sino ese tácito consentimiento que los rodea por todas partes y los aísla.
El horno no está para bollos, a pesar de que no hay represión violenta y que las prohibiciones e inhibiciones son meramente superficiales. La represión es la de ese tácito consentimiento popular que ha acompañado el hecho militar. Pero a los conscriptos antes de ser licenciados les hacen cantar la "Marcha de la Libertad". Y esto es un símbolo. La Revolución está en lo formal, no en la sustancia. Las banderas parecen ser las mismas de la democracia formal y el problema no parece ser cómo se gobierna sino quién gobierna. No interesa el consentimiento. Y el consentimiento no interesa porque la mentalidad de la Revolución parece ser la misma de las minorías que se fueron.
Y sin embargo el consentimiento está allí esperando quién lo interprete porque no es cuestión de hombres ni de partido, ni cuestión de técnica, ni cuestión de elecciones o no: es cuestión de banderas y hay tres por las que pasa inevitablemente el consentimiento y la adhesión de los argentinos: "Soberanía Nacional, Liberación Económica y Justicia Social".
Y esto ocurrió mucho antes de 1955. Enseguida de una Revolución muy parecida a esa, la de 1943. Entonces alguien logró el consentimiento porque movió estas tres banderas; y propuso al país traducirlas en hechos.
No interesa saber si lo logró. Pero esa es la aspiración y la voluntad de los argentinos que los unificó frente a la cipayería que se refugiaba en lo formal.
Las Fuerzas Armadas han descubierto ahora lo que pudieron descubrir hace veinte años: que existe una voluntad nacional con un programa nacional y que ese programa da el consentimiento, y que es su negación quien lo quita. Ocurrirá así que el tácito consentimiento que las ha acompañado puede invertir su signo. Es la oportunidad que espera el aparato de la ficción democrática para restaurar su democracia.
Sin embargo lo que quiere ese consentimiento es lo que lógicamente deberían querer las Fuerzas Armadas: la potencialización del país que es lo contrario de cualquier programática de dependencia.... Y no es otro que una continuación de la programática de dependencia la que parece expresarse cada vez más aceleradamente.
Así el tácito consentimiento inicial se va retrayendo y contempla el conflicto entre la llamada Revolución Argentina y la política derogada, como un conflicto marginal a la voluntad nacional. No se dejará confundir ni por unos ni por otros: su terrerno específico de lucha ya lo conoce perfectamente y expresa la voluntad de las tres cuartas partes de los argentinos que han esperado de las Fuerzas Armadas que se convirtieran en expresiones de la soberanía, y no en el brazo armado de los intereses antinacionales y antipopulares que unas veces se valen de la ficción democrática como otras la paralizan, para actuar más ejecutivamente.
Porque esa conciencia del interés nacional sabe distinguir entre las Fuerzas Armadas como expresión de la soberanía y las Fuerzas Armadas como simple expresión de un orden cualquiera, porque para ella está bien clara la distinción entre el soldado y el vigilante, que parece no estar bien clara para quienes mejor deberían comprenderlo.
noviembre de 1966
ARTURO JAURETCHE
MAESTRO DEL PENSAMIENTO NACIONAL Y POPULAR
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