El “servicio de inteligencia”,
en la mayor parte de los países, depende directamente de los jefes de Estado.
Constituye una organización estatal sui géneris con funcionamiento y
financiación propios, para lo cual se utiliza el encubrimiento de empresas
comerciales, industriales, etc.
Los servicios de inteligencia,
en su acción en el sector internacional, como en el interno, actúan dirigidos
por el jefe de Estado, con la intervención, aunque limitada, de los
departamentos o ministerios correspondientes.
Cuando un servicio de espionaje
o provocación actúa en un país, el responsable de tal hecho es el Estado y su
jefe que lo envía y lo dirige. Sin embargo, entre las numerosas “mentiras
convencionales” que ha impuesto la mala política internacional, está la de
considerar al espía y al provocador como un delincuente común.
La “guerra integral” ha traído
la necesidad de la penetración total. La política internacional ha seguido los
mismos cauces y el contraespionaje se ejercita en los mismos campos. Por eso,
los modernos servicios de espionaje invaden todos los lugares y situaciones y,
en especial, los políticos, los económicos, los militares, los sociales, etc.
Se lo llama “servicio de
inteligencia” porque en la lucha en que se empeña no entra la fuerza, sino la
astucia, el engaño y la mala fe ejercidos con el mayor grado de inteligencia.
Naturalmente, este concepto es también relativo, porque a menudo se observa
que, cuando esa inteligencia es escasa en los hombres y en los gobiernos, éstos
suelen recurrir a la agresión, a la presión y aun a la fuerza, para alcanzar
los objetivos que les niega la inteligencia.
Tanto el empleo perturbador de
la inteligencia, al servicio de la mala fe internacional — guerra fría como se
la ha llamado — como la presión a la fuerza insidiosamente empleadas con
hipocresía y falsedad, han creado en las relaciones internacionales de los
países un estado latente de guerra sórdida y solapada, algo así como un proceso
crónico, que se tolera a pesar de sus molestias, pero que al final tiene
siempre graves consecuencias.
La tolerancia del
convencionalismo de la política internacional moderna ha alcanzado límites
inauditos, ocasionados por la perversión paulatina del sentido de la dignidad
internacional, por el mutuo temor entre los fuertes o por la impotencia de los
débiles.
Merced a ese estado de cosas se
ha llegado a situaciones verdaderamente intolerables, en las cuales sólo la
prudencia exagerada de algunos gobiernos ha podido evitar que se produjesen
situaciones irremediables. Sólo así ha sido posible ver al personal
diplomático, servicio de espionaje, compañías extranjeras y nativos a sueldo,
que bajo la dirección de un embajador actuaron en los países contra toda la
regla y tradición civilizada, para violar los principios más fundamentales de
la ética profesional y diplomática.
La responsabilidad en esos casos
no recae en tales irresponsables, sino en el país y en el gobierno que los
dirige. Los pueblos no olvidan nunca semejantes atropellos y tales afrentas a
la dignidad nacional, que constituyen motivo de odios justificados y
permanentes.
Sin embargo, estos burdos
métodos parecen haber evolucionado en las formas. Hoy se ataca indecorosamente
a los países o a sus gobernantes, pero desde el exterior, coordinando embajadas
y servicios de espionaje en una campaña generalizada de propaganda, provocación
y agresión. En ella intervienen, desde los “coordinadores” que recorren los
países enunciando planes para su servicio, y nativos, hasta los que como
“francotiradores” firman artículos, o los que habiendo pertenecido siempre al
servicio de espionaje, ahora pretenden
hacer creer que “trabajan por su cuenta”.
Las agencias informativas
manejadas por los servicios de inteligencia participan también en esos planes,
y los diarios venales de los diversos países son asimismo instrumentos a su
servicio. Aparecen de pronto numerosas revistas, con diversos nombres mal
disimulados, que bajo inocente pretexto se suman a la campaña publicitaria
dentro y fuera de los países. Noticiarios y transmisiones radiales, como
servicios gratuitos de películas cinematográficas de propaganda, completan el
cuadro de penetración mal disimulada.
Los pueblos azotados por estos
métodos irritantes, los países ofendidos por estos procedimientos agresivos, y
los hombres heridos por estos sistemas de escarnio se suman cada día a la
legión de los enemigos. “Quien siembra vientos no puede sino recoger
tempestades”.
Es indudable que esta acción
subalterna, obra hombres pequeños e irresponsables, cualesquiera sean las
situaciones que ocupan, tienen el grave inconveniente de crear situaciones
embarazosas en las relaciones internacionales. Sin embargo, los pueblos,
generalmente intuitivos, se sobreponen a esa subalternidad. Lo lamentable es
que estos instrumentos que podían servir para cimentar la amistad y la libertad
de los pueblos, en manos inmorales e irresponsables se transforman en
instrumentos de odio y de opresión.
Cuando echamos una mirada a los
tiempos y a los hombres, sentimos la congoja del descenso y la angustia del
vacío. ¡Cuánto desciende la humanidad en la dirección de sus destinos al
cambiar estadistas sabios y prudentes por hombres malos y mentirosos!
Por
Descartes
(seudónimo utilizado por Juan D. Perón) - Octubre 4 de 1951
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