La
influencia que a principios del siglo adquirió la publicidad ha sido decisiva
para su utilización en la política internacional y en la guerra.
El
prestigio de los antiguos diarios veraces y difusores del bien, aprovechado por
aventureros y traficantes, sufrió la suerte consiguiente. La opinión no pudo
haber escapado a la terrible deformación de todos los valores que han
caracterizado nuestro tiempo.
Hoy
no es un secreto para nadie que muchos consorcios y cadenas de diarios no son
sino empresas comerciales, que venden papel escrito como se venden cosméticos o
artículos de ferretería.
Antes,
los diarios pobres pero honrados se elevaron moralmente con su información leal
y su prédica honorable. Cuando apareció la publicidad fueron poco a poco
envileciendo su primitiva posición para servir los móviles de sus avisadores y
su propaganda. Convertidos así en un vulgar comercio, los diarios degeneraron
poco a poco en verdaderos monopolios.
Hoy
no hay quien no utilice la publicidad para fines propagandísticos con resultados
variables. Pero los imperialismos se sustentan en algo más serio que la simple
publicidad. A ellos no les es suficiente publicar un aviso para vender su
artículo, sino que deben imponerlo a toda costa, y para eso no es suficiente
avisar. Por eso los Estados han creado todo un servicio publicitario,
disfrazado con diversos nombres o siglas. Este servicio comprende toda una
organización que involucra al que hace o inventa la noticia, la estudia, la
explota, la depura, la distribuye y la reproduce. Es claro que todo este organismo, que comprende las llamadas fuentes
de información y empresas internacionales de noticias, obra con un designio que
se imparte como objetivo desde un lugar central que dirige y comanda el grupo.
Si
desde un diario se puede hacer un chantaje a una persona, desde esta organización
se lo puede hacer a toda una nación. Por este medio se puede llevar el
descrédito a un gobierno y a un pueblo entero a la guerra.
Algunas
de estas empresas internacionales pertenecen o trabajan para los servicios de
espionaje de los países que, mediante el zarandeado arbitrio de la libertad de
información y acceso a las fuentes de información, abren el camino a la actuación
de numerosos agentes y espías, asegurándoles un cierto grado de impunidad.
La
libertad de prensa, que es motivo de intensa campaña, no presupone la defensa
de principio alguno, sino una verdadera agitación internacional dirigida a
imponer una forma de influir en la opinión por los medios publicitarios al
servicio de las empresas y países que la costean. Si no, ¿cómo se explicaría
que Rusia, que hasta 1945 fue para todos los diarios un modelo de democracia,
ya en 1946 fuera la más atroz de las dictaduras, y que respecto a España, que
hasta hace unos meses sufrió sanciones y el anatema de la tiranía, en pocos
días toda “la prensa libre” cambiara diametralmente de opinión?
Cuando
se habla de “opiniones independientes” de los grandes diarios con insistencia
sospechosa en numerosos órganos de distintos países, puede individualizarse
perfectamente la organización del monopolio que abarca el
“trust”
de publicidad dirigido por las grandes centrales de los países. Los congresos
internacionales de editores no son otra cosa que reuniones sui géneris de
directorio o de empleados que van a esas centrales a recibir instrucciones. El
pueblo les ha llamado con propiedad “la voz del amo”.
No es
un secreto para nadie que en el país se editan diarios dependientes, dirigidos
y administrados en el exterior que, cuando tienen un contratiempo aquí, las
protestas se producen a 4.000 kilómetros de distancia. Todo esto no es
nuevo ni debe movernos a perplejidad porque es un episodio más de la lucha
política internacional accionando subterráneamente, pero movida por manos tan
incapaces como irresponsables.
En su
mayoría, estos diarios, que invocan aquí y allá a la opinión pública, no la
representan en manera alguna. Pretenden encaminar a esa opinión hacia los
intereses u objetivos que defienden, no siempre confesables, lo que los obliga
a ocultarse tras el engaño que invocan.
Las
campañas sincronizadas a base de noticias fabricadas, calumnias inauditas y
falsedades de a puño no son en manera alguna peligrosas para nadie, pues los
pueblos han llegado a descubrir la verdad a través de la mentira. Sin embargo,
esos diarios tendrán su mejor castigo en el hecho de que cuando digan la verdad
nadie se la va a creer.
Por
Descartes (seudónimo de Juan D. Perón) - Marzo 15 de 1951
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