“Todo es allí callado y receloso, el
árbol, el hombre y el plantígrado que acecha. Pero en las márgenes
de lo explorado, en cada lugar en que se reúne una voluntad humana,
en los obrajes, en los aserraderos, en los conciertos de conchavo,
en las estafetas y estaciones, ya sea en el amplio parlotear que
las cañas alimentan o en el resumido musitar de los extenuados por
el trabajo, vibraba, incesante, el mismo par de sílabas que resumía
una esperanza casi tan grande como la selva misma: Perón
Aquel par de sílabas parecía gozar de virtudes taumatúrgicas. Era la advocación con que aquellos seres cándidos y sufridos se dirigían al ser – para ellos incorpóreo, invisible, intangible y sin embargo constantemente presente – que estaba tutelando sus vidas tan lamentables que hasta parecían olvidadas por la Divina Providencia…
Perón les
había aumentado los salarios y los precios del destajo. Les había
proporcionado descanso retribuido y había corregido las balanzas
de los ingenios que son más poderosos que Dios y más ladrones que
un indio toba matrero. Había sofrenado la codicia inagotable del
obrajero y doblegado hasta el mismo Patrón Costas… Nunca les había
ocurrido eso, desde los tiempos en que Irigoyen los libró del cepo
vigente como pena hasta 1917 y les permitió conocer por primera
vez la iconografía de la libertad estampada en los billetes nacionales.
Por eso la imagen de Perón estaba allí, en un rincón del único cuarto
de todos los ranchos miserables, iluminada con la llama votiva de
una vela de sebo, en una hornacina improvisada por la devoción.
Esa era la realidad del norte argentino… En el intrincado laberinto
de la subconciencia, los pueblos habían comprendido que la revolución
se haría con Perón o no se haría. El era la rebelión contra la doble
opresión interior y exterior, contra la tiranía de las finanzas
y el título de propiedad y del colonialismo primitivista.
La esperanza había comenzado a vibrar en las selvas, en los cañaverales y en las llanuras argentinas. Y la esperanza de los pueblos lleva siempre un nombre de varón. Esta esperanza, que el régimen y los colonizadores extranjeros atacaban desde todos los ángulos y con todas las armas hasta las más desleales, estaba ya bautizada y tenía su santo y seña: se llamaba Perón”
RAÚL SCALABRINI ORTIZ
MAESTRO DEL PENSAMIENTO NACIONAL Y POPULAR
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